miércoles, 23 de abril de 2014

Viaje a Bélgica (Parte 1)

Chimay
Chimay-bier
Alzando una copa de Chimay Azul en la cervecería Erasmus, surgió un primer esbozo de nuestro viaje a Bélgica.

Al principio pareció una locura, pero cuando empezamos a buscar localizaciones, medios de transporte y tickets varios para entrar en museos y, en definitiva, a echar cuentas... vimos que era un plan no sólo realizable... sino que había que hacerlo.

El viaje empezó con un magnífico retraso de 5 horas por un problema con nuestro avión. Tuvimos que esperar a que mandasen otro para poder iniciar nuestra aventura.

Finalmente llegamos a Amsterdam... ¿Amsterdam? ¡pero qué coj%*3$... si eso está en Holanda! Cierto, aunque suene raro, nuestro viaje a Bélgica comenzaba en esa ciudad. Ciudad que todo el mundo conoce por sus drogas y putiferios varios, pero que resultó ser más espectacular e interesante de lo que me hubiera imaginado.

La primera batalla que os puedo contar es que el "Symphony Budget Hotel Paganini" en que nos hospedábamos (estaba regentado por chinos y se encontraba justo al lado de la fábrica y museo de Heineken (donde imagino tendrán los cientos de miles de monos orinando sin parar). La habitación era tan minúscula que las dos camas separadas (eso les pedí al hacer la reserva) casi parecían una. No había marciano que metiera un pie entre ambas.

El cuarto de baño... individual... sí, pero tan tan tan individual que cuando me llegó el momento José Coronado me encontré sentado en la porcelana con las rodillas rozando la pared de enfrente. Casi había que aguantar la respiración para poder limpiarte el.... ¡oye! ¿qué bonito día está quedando, verdad?

Todo hay que decirlo, la ubicación era excelente, el precio también, estaba suficientemente limpio y teníamos desayuno incluido (aunque hubo que insistirles).

La noche empezaba a asomar el hocico, así que fuimos a dar un garbeo inspeccionil por la zona. Tomamos una birrita (la birra de... “¡ya estoy de vacaciones!”) y resultó ser ya la hora de la cena... aquí la gente desayuna pronto, come pronto y cierra todo a las malditas 17:30 de la tarde, ¡pardiez!

No conocíamos nada, no teníamos mucho más tiempo para encontrar un sitio donde cenar, no habíamos comido nada desde el mediodía en el aeropuerto... así que decidimos apostar por un restaurante “Indonesio”.

Comida Indonesia
Comida Indonesia
He de decir que al Señor Comandante Raboot y a mi, nos fascinó. El servicio era eficiente y rápido. La comida espectacular y variada. La presentación... ¡un diez! Y la dueña... muy atenta y sincera... ¿sincera?... sí... sincera... porque cuando me dispuse a probar el “pollo picante” (P.I.C.A.N.T.E.) me dijo muy cortésmente en un perfecto inglés -señor, tenga usted cuidado con el pollo picante... porque pica- Pues sí... joder con la sinceridad de la tía... casi sufro una combustión espontánea a base de capsaicina concentrada en el puto pollo.

Tras la suculenta cena, el señor Raboot y yo, además de ser entusiastas de las comidas opíparas, también lo somos del rock, el blues, el jazz y la buena música en general, todo ello regado, a ser posible por un buen Gin & Tonic ó, en este viaje, por una buena cerveza (aún un tanto difícil en Holanda).

Gracias a la guía Lonely Planet (que nunca falla) y al sentido arácnido de la orientación de Raboot, conseguimos llegar a nuestro siguiente destino. Un pequeño tugurio llamado “Maloe Melo”.

La primera impresión fue mala, muy mala (también era martes hacía un día de perros). Un camarero barbudo, con infinitos tatuajes, cara de curtido a base de alcohol y mala vida y un único cliente un tanto borracho, poca luz... y lo peor, nada de música en directo. Nos acercamos a la barra y preguntamos si nos habíamos confundido. El atento “señor curtido” nos sugirió atravesar la puerta que se encontraba al fondo del local, pero para hacerlo debíamos abonar previamente y sin saber qué iba a ocurrir después, la módica cantidad de 5€ por barba y sin consumición.

Como dos buenos crédulos y guiris que éramos, pagamos religiosamente. Yo era el reportero gráfico, llevaba la 7D en la chepa y la compacta en la cintura. El señor Raboot, era el portador de guías y mapas. Dábamos un cantazo tela.

Cogimos nuestros “no-tickets” (porque ni eso te daban) y nos dirigimos hacia la habitación tras la puerta negra. Allí detrás había un portero... dos metros de negraco-tó-ciclao. Intimidaba un poco el amigo.

Caray con la puerta. Caray con el Maloe Melo, caray con el “señor curtido”. Había un banda de mocosos punkarras gabachos dándolo todo en el escenario y un grupo de inconscientes bailando y disfrutando como si no hubiera mañana. ¡Eran la caña de Espa... de Francia! ¡Esta gente sí que sabía disfrutar de la música!

Maloe Melo


La primera jarra de “grog” que bebimos en ese lugar fue un tanto repugnante. Si ya de por sí, la Heineken es bastante mediocre, las jarras en las que iba servida fueron lavadas en un fregadero de agua estancada y marrón (no me funciona el lava-vasos decía “señor curtido”). Era asqueroso, repulsivo y nauseabundo, ¡lo juro!. La segunda jarra... bueno, tampoco está tan sucio el fregadero, ¿no?. A la cuarta o quinta pinta ya casi deseábamos pasar esa suculenta agua marrón por nuestros gaznates en lugar de la lager holandesa.

Como si no hubiera mañana
La siguiente actuación fue aún más espectacular. Un grupo de avezados puretas y viejunos dieron una lección magistral de buen blues. Hasta el portero, añadió su “voz blusera” al espectáculo. Simplemente genial.

Nunca lo había pasado tan bien en un tugurio de mierda tan acogedor. ¡Volveremos!

De vuelta para el zulo, vimos una casa incendiada. Dada la peligrosidad de un incendio en una ciudad como es Amsterdam donde la casas están tan juntas y hay tanta madera por medio... la sofocación del mismo fue inmediata.

Familias en bici
Tras el desayuno en el hotel la mañana siguiente, lo primero que hicimos fue coger el tranvía e ir al
puesto de información y turismo más cercano, que estaba junto a la estación de trenes, y coger un par de libritos de bonos de descuento para museos (cosa que os recomiendo que hagáis en cada ciudad que lo tenga, se ahorra mucho dinero y tiempo).

Aunque llovía un poco, daba gusto ver a la gente por la calle. No importaba el tiempo que hiciera, la gente iba siempre en su bici. Sonriendo. Gente de todas las edades. Familias enteras en sus velocípedos, incluso mascotas acompañándoles a todas partes.

Dos apreciaciones que salieron a la luz fueron... una... los peatones somos una minoría étnica allí. Primero las bicis, luego los tranvías y buses, luego los coches y, por último los peatones. La segunda apreciación fue por parte del Comandante Raboot... que se dio cuenta de lo desabrigados que estaban los holandeses y lo abrigados que estábamos nosotros con nuestros sendos chubasqueros... la conclusión fue inmediata... no se mojan por que poseen la mágica “grasilla de nola” que les protege. Esa grasilla protectora se consigue a base de “nola-varse”.

Nuestro primer objetivo, el Rijkmuseum principalmente de arte clásico al cual entramos sin hacer cola alguna, gracias a los tickets mágicos. Allí tenían obras de célebres pintores de la talla de Rembrandt, Vincent van Gogh, Vermeer y Steen. Es algo espectacular. Tanto la exposición como el edificio y los exteriores son dignos de ver.

Aunque clásica es la foto con el “I Love Amsterdam” en el exterior, hice lo que suelo hacer en muchas otras ocasiones en lugares tan turísticos como este, fotografiar a la gente haciendo el mon@. Es mucho más gratificante y se sacan fotos bastante divertidas.

Lo siguiente fue ir al FOAM. Museo de fotografía muy recomendable donde descubrí el talento del artista de origen holandés “Anton Corbjin” (director de “El Americano”) como fotógrafo.

Después de comer algo rápido, dado el poco tiempo de que disponíamos, decidimos gastar el último bono recorriendo las calles de Amsterdam en barco. Si os queréis hacer una idea de la distribución, tamaño y distancias de punto a punto de la ciudad, el transporte acuático es una buena forma puesto que la ciudad está plagada de canales. Además de ir por ellos también se sale de la urbe y se puede contemplar desde el mar.

Flores por doquier
Mercado de Flores
Pasamos por un mercado de flores gigantesco dispuesto a lo largo de la estrada que ya solamente por el tamaño y el colorido que tenía era algo apabullante. Allí se podía mercar todo tipo de semillas, tubérculos, libros, herramientas y cualquier cosa que tuviera que ver, aunque fuera remotamente, con el universo de la flora.

Ya era tarde, ¿qué nos faltaba? Ah sí, el famoso barrio rojo (putiferio) y el barrio verde (porros) del que tanto habla todo el mundo.

Ni el señor comandante ni un servidor, somos consumidores de ninguno de los dos tipos de servicios así que, ya que es de interés turístico, dimos un simple paseo por la zona. Realmente tampoco fue para tanto. Me dio un tanto de lástima.

Barrio Rojo de Amsterdam
Barrio Rojo
Intentamos buscar algún coffee-shop que nos ofreciera una cervecita fresca y mezclarnos un poco con el tumulto pero del ciento de ellos que había, sólo encontramos uno que tuviera bebidas alcohólicas y estaba justo en el límite entre ambos barrios. Los demás ofrecían literalmente café y como no, permitían el consumo de todo tipo de sustancias aunque lo que más se llevaba era la “cachimba” (que supongo que contenía algún tipo de uranio empobrecido dada la tonalidad de los ojos de algunos chavales).

Entiendo que es otra forma de divertirse. Pero pensar que Amsterdam merece la pena ir sólo por eso, es un error. Tiene muchas cosas que ver. Muchísimas.

Cuando la noche llegó, buscamos un lugar donde reposar y cenar tranquilamente. Fue bastante difícil, tuvimos que dar muchas vueltas y al final, como no... el único que mantenía sus puertas abiertas era, por desgracia, un restaurante “español”. Digo por desgracia, porque no es nuestro rollo ir a sitios donde vas a comer como aquí pero más caro y peor. También digo “español” (entre comillas) porque sus dueños eran argentinos y los cocineros eran árabes. Tipical Spanish, ¡tócate-lo-cohone!

No recuerdo muy bien qué cenamos el comandante y yo. Creo que un “cacho-carne” y una ensalada. Lo que nos dejó alucinados fue ver que el aceite era de oliva virgen y el vinagre... ¡era de alcohol!. Nunca vi un vinagre tan transparente, insulso y flojo como aquél. Nuestro país... amordazado y mancillado en dos segundos con una simple botella de vinagre guarro. Y por cierto, justo antes de irnos de Holanda descubrimos que en el súper lo vendían en garrafas de 5 litros ¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOO!!!!

Para pasar el susto, buscamos un local donde tocaran música blues en directo y donde tomar un refrigerio antes del merecido descanso del guerrero.

Aseos Publicos
Aseos Publicos
Volviendo hacia el hotel, descubrimos junto a los millones de bicis apelmazadas en las calles, atadas todas ellas a cualquier cosa que se sostuviera en pie (farolas, barandillas, borrachos... ah no, esos no se sostenían...) que algunos individuos de la zona salían de unos extraños lugares situados en
posiciones estratégicas.

Primera vez en la vida que voy a una ciudad donde prohíben orinar en la calle, bajo pena de multa, pero sin embargo ponen zonas donde poder “ejercer” dicha actividad. Eso sí, la medida era principalmente para los varones, pero bueno...

Aquí una selección de fotos que hice en Amsterdam -click aquí-

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